febrero 04, 2016

Del arte y otros misterios

Es un hambre atroz la mía. Y una sed también. Una urgencia de arte, de música, de telón, de alfombra con olor a boletería, de salas exponiendo el genio creativo de tantas almas sensibles que han legado al mundo su don. Montreal sacia mis antojos. Yo amo esta ciudad.

Hace una semana quedé atrapada no sé ni cuánto tiempo delante de esta obra del canadiense Adrien Hébert:

"Angle Peel and St. Catherine"


Absorta, transportada. Detallé cada elemento, cada persona, los colores, la calle…  Una nostalgia tremenda me invadió. Como si yo siempre hubiese pertenecido a esa rutina de 1926. Tan familiar que sentía que si hacía un esfuerzo más, hubiese podido recordar una vida completa. El tema es que eso no es una novedad. Soy un alma pasada ya confesa. Una mujer que ha sabido vivir esta época magistralmente, pero que sabe que hay una atracción inexplicable que la seduce cada vez que una imagen en sepia, un verso de antaño, una galantería, un relato a caballo, un compás pudoroso, un olor floral o un sexto sentido color rosa viejo se le presenta.

Y es un secreto a voces, valga decir. Mis más íntimos afectos lo saben. Bueno… y ahora ustedes. Me llena tanto, me nutre tanto, me calma tanto el arte. Yo diría que es como un portal que se abre hacia tiempos pasados, y yo lo traspaso feliz porque sé que me lleva al encuentro de un mundo que comprendo desde mi intuición, y que siento mío.

Cuando mi vida recomenzó en Canadá hace cuatro años, yo recuperé mi acercamiento con esa parte de mí que me fascina. Esta ciudad bendita, a donde el destino me trajo, me lo permitió porque aquí se respira música y arte en casi todos los rincones. Hace poco asistí a una lectura de poesía en tres idiomas que alternaba a los poetas con la intervención de una banda fabulosa de jazz. Por diversas razones, fui sola. Mi éxtasis era tal que cerraba los ojos para dejarme llevar por el mar de sensaciones que el talento de aquella noche derramó sobre ese público dichoso.

Y también me viene a la mente mi época de universitaria, cuando visité una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, en Caracas, en donde había que descalzarse para caminar por el interior de una escultura de nombre "Blanco", y cuyo autor penosamente he olvidado. Era como un laberinto inmaculado en donde abandonarse a la pureza de nuestros pensamientos, y limpiar las experiencias agrias, era cosa inevitable.

Caracas me fue alejando de su banquete artístico, y yo no lo impedí. Me llené de temor de recorrerla, y ella, dolida, se distanció.

En fin, la experiencia de cada quien frente al arte es tan íntima y tan personal… Y, como vieron, tan intensa cuando se trata de mí. Una fascinante caja de sorpresas. Eso somos todos. Levante la mano quien no tenga un misterio qué contar.


4 comentarios:

  1. Ni Caracas ni tu tuvieron la culpa del distanciamiento, fue de los verdes y los maduros...:)
    Besos y salud

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    Respuestas
    1. Sí, Genín... "la sucursal del cielo" nos fue arrebatada. Un gran abrazo!

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    2. Que bonita entrada y que relacion tan divina con el arte! Tienes suerte de vivir en Montreal, que es mi ciudad canadiense favorita, aunque he aprendido a amar a Calgary y sus montanas en el horizonte y sus cielos inmensos, una ciudad con mucho cielo. Leerte fue mi momento magico del dia!! Un abrazote!!

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    3. Siento muchas ganas de conocer esas montañas y esa ciudad con mucho cielo. Imagino la amplitud que te regala a diario. Un abrazo, Leo!

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